Cuando tuve la oportunidad de ver ¡Paah!, tengo que reconocer que la historia de Palabras necias fue la que más disfruté. Creo que Flavio y yo experimentamos la misma fascinación al colaborar con Seña y Verbo. Fascinación por descubrir que el lenguaje de señas es mucho más que gestos para comunicarse como en un juego de "Dígalo con mímica". Como toda lengua, contiene poesía, costumbrismos, gentilismos, slang, una buena dosis de groserías e incluso "mala dicción", si no entiendes el uso correcto de las manos. Como idioma ha creado toda una cultura a su alrededor. De él se desprenden formas de convivencia, de personalidad, de arte, es decir: de identidad. Es por eso que entrar al mundo de la sordera es como viajar a un país contenido dentro de otro.
Y ese país que sirve de contenedor, México, Flavio lo conoce muy bien. Un lugar cuya sociedad se incomoda con la diferencia; con un gobierno inmovilizado por una burocracia críptica; una sociedad donde todos (sindicatos, movimientos estudiantiles, funcionarios, en fin, todos) son víctimas de la peor sordera, según los clásicos: la de no querer oír.
En Palabras necias vemos que escuchar no es un problema de oídos, tanto como de voluntad. Voluntad de la que carecen casi todos los personajes de la obra, oyentes o no; salvo Carolina, la chica sorda que, paradójicamente, es la que más escucha. Esa voluntad que Flavio demostró tener, al entrarle al tema más polémico y delicado de la sordera en México: la educación.
Flavio González Mello demuestra una vez más su compromiso como dramaturgo con los distintos temas de nuestro país, abordándolos con inteligencia y mucho humor. A fin de cuentas: a palabras serias oídos sordos o, siguiendo en el estilo refranero: el sordo no oye, pero bien que actúa.
Carlos Corona.
