Lo que más me impresiona de su contenido es, por un lado, el entretejer fundamental en la historia política de México del personaje público con la estructura del poder, o sea, en pocas palabras, la relación entre poder personal y cultura política; por otro lado, me fascinan los encuentros constantes (tanto choques como alineamientos) entre las culturas políticas de México: la paradógica relación entre la tradición de principios constitucionales y de ideales democráticos liberales; y las tradiciones paralelas, aunque contradictorias, de autoritarismo y poder personal. Es decir, lo que Octavio Paz describió hace mucho tiempo como el enfrentamiento persistente entre "la cultura de la ciudadanía" y "la cultura de la pirámide".