Desde El desierto de Diana y otras chicas Playboy y Soundtrack, la deformidad expuesta en los relatos de Tania Plata no está vinculada a la vida terrible de criminales, prostitutas, narcos, ni a la de mujeres asesinadas o violadas. Está en las instituciones de nuestra vida diaria: la familia, el noviazgo, el matrimonio; en las comidas, las cenas y las iglesias. En la pareja, los padres, los amantes; seres cerrados, abusivos, incompatibles. Relaciones donde el crimen no es un acto contundente —el martillazo de Raskolnikov o la ráfaga de una Kalashnikov—, sino aquél del desgaste, el de las piedras que se muelen unas contra otras hasta hacerse polvo en el interior del hogar. Y que finalmente, en un espacio más allá de su literatura, bien pueden terminar en la violación, el asesinato, el feminicidio.
Los cuentos de Tania Plata ocurren en espacios de autoritarismo y arbitrariedad, de jerarquía masculina que ella no enfrenta con panfletos ni discursos, sino con personajes y situaciones, el único armamento de los escritores. La incapacidad de amar no es una vuelta a los “temas femeninos”, sino un nuevo modo de mostrar que el molde de nuestra sociedad caducó hace mucho tiempo y que hombres y mujeres se mueven sin rumbo en él.
Los escritores pasan a la historia por explorar lo que nadie ha explorado antes. O por hacerlo como nadie lo ha hecho. Por utilizar un lenguaje distinto. O por encontrar un nuevo ángulo. Con Malcriadas miniatura Tania Plata entra a ese grupo de mujeres poderosas que le están dando un nuevo discurso a la literatura del país.
