El karaoke (palabra japonesa arraigada a la cultura popular, que etimológicamente quiere decir "orquesta vacía", y que no es sino una forma de cantar a través del apoyo de una pantalla y las pistas de canciones) da a la gente la oportunidad de emular a sus ídolos y llenar ese vacío vocal con su canto.
Ofrece un momento de escape, unos minutos en los que el que toma el micrófono espera ser escuchado por todo un auditorio; el reflector está sobre él pero, en la escena, se encuentra completamente solo, y si falla, nadie podrá ayudarle.
En la obra Karaoke para el fin del mundo, Verónica Villicaña, joven dramaturga pero experimentada gente de teatro (actriz y directora), usa esta irónica metáfora de exposición y soledad e invita al escenario a tres chicas adolescentes a cantar-gritar al mundo un particular momento crítico de sus vidas.
El sexo, el amor, el embarazo y la aceptación forman parte de "las letras" que estas jóvenes -perfectamente retratadas- interpretarán, mostrando al mundo que la adolescencia, ese periodo, de descubrimiento de la identidad, a veces exige decisiones radicales.
Una obra que seguramente encontrará el gusto del público joven y de todos los que recordamos con nostalgia esa etapa de nuestro paso por este mundo.