Hablar de Daniel Serrano y El cazador de gringos me conecta inevitablemente con dos poderosas emociones: un gran respeto por poder verbal con el que nos ametralla en toda su propuesta dramática y el deleite por su forma de decir cosas actuales con su teatro.
En esta obra, en especial, nos regala una visión que permite un maravilloso juego de espejos entre la problemática del emigrante que quiere pasar y nunca Iogra un buen final al enfrentar las políticas migratorias de violenta persecución en el vecino país del norte, el cariz que tomaría la situación si el hostigamiento diera hacia el gringo que pasa la frontera para venir México. Así, el autor no sólo presenta un conflicto que se ha vuelto sumamente complejo, sino que nos adentra en una poética, casi beckettiana, con una pareja de ancianos que, paralelamente, aparecen en la obra haciéndonos sentir un tiempo sin tiempo, sin esperanza, si llegada, donde habita un pesimismo social expresado con una contundencia mortal y un fino humor negro que nos lleva a reconocernos y cuestionar nuestra sociedad en cada una de sus palabras y personajes.
El cazador de gringos permite diversas lecturas que hacen de la obra una interesante muestra de la complejidad de la problemática y de los laberintos de la condicción humana.
Marco Vieyra
